Y en nuestro quinto
de día viaje ¡por fin! llegamos a Bretaña,
hermosa tierra celta.
Después de unas
horas de coche y abundante lluvia llegamos al la localidad
más hermoso que he visitado... (según mis
gustos, claro) el lugar donde me gustaría vivir,
perderme y disfrutar de sus magníficas calles llenas
de historia: Fougères.

Vista panorámica
de Fougères desde la ciudad alta
Su impresionante castillo
del siglo XII y la maravillosa vista que de él se
disfruta desde la ciudad alta, las callejuelas del barrio
de St-Sulpice con sus edificaciones medievales tan características
de esta región francesa... bien merece otra crepe
y otro rico vaso de sidra. La creperia Tivabro es un buen
lugar para celebrarlo.

Otro rincón
de Fougères próximo a su castillo
Muy cerquita de Fougères
se halla Vitré. También cuenta con un impresionante
castillo medieval ubicado junto al barrio medieval.

Dos vistas del Castillo
de Vitré. Abajo, callejuela del barrio medieval.

Después de dejar
el encantador Vitré nos dirigimos al lugar donde
nos alojaríamos las dos siguientes noches: Les petites
chapelles. Una romántica casa de huéspedes
situada en un paraje idílico y regentada por dos
maravillosos y amigables anfitriones. Nuestra estancia allí
fue como estar en casa.
Después de intalarnos,
nos dirigimos a Dinan, hermosísima localidad en la
que el río Rance se hace navegable y disfruta de
un encantador puerto. Desde allí y subiendo por la
intrincada Rue du Jerzual, donde en el medioevo vivían
los ricos comerciantes y artesanos de la ciudad, accedimos
al resto de la ciudad.



Izquierda, puerto de
Dinan. Derecha, Rue du Jerzual
Tras un paseo por Comburg,
nos retiramos a descansar.

A la mañana
siguiente madrugamos un poquito más por que nuestro
destino merecía ser visitado con calma y disfrute.
¡Por fin iba a ver con mis propios ojos Le Mont St-Michael!
(con permiso de las mareas, claro)
Sobre un promontorio
de granito se erige el maravilloso complejo de la abadía,
reodeada por estructuras defensivas y una muralla escarpada
en la desmbocadura de Le Couesnon, donde Bretaña
y Normandía establecen su límite. Es emocionante
entrar por la puerta de la muralla y ascender por esas interminables
cuestas hasta llegar a "La Maravilla", hasta la
abadía, coronada por el arcángel San Miguel.
Merce la pena pagar el importe de la entrada para disfrutar
de su interior y de las vistas que desde ella se pueden
admirar de toda la bahía que lo rodea.

Dos instantáneas
de Mont-St-Michael. La de la izquierda fue tomada a nuestra
llegada y la segunda cuando ya la abandonábamos.
¡Fijaos cómo cambió el tiempo en tan
sólo un ratito! Abajo, escultura que representa al
Arcángel San Miguel.
Después tomamos
la carretera que lleva por la costa y nos dirimos a Cancale,
donde admiramos su puerto, La Houle, que conserva su aspecto
de antaño, con sus casas viejas, sus puestos de marisco...
Si vais a Bretaña no dejéis de comer "Moules
Frites". Son mejillones a la marinera acompañados
de patatas fritas a la francesa (vaya, las patatas fritas
de siempre). Curiosa combinación, pero exquisita.
También podéis degustar inmensas bandejas
de marisco variado por no mucho dinero. Merece la pena,
de veras.
A menos de cinco kilómetros
de distancia llegamos a Pointe du Grouin. Desde su alto
promontorio se puede admirar la bahía de Mont-St-Michael,
las islas Chausay la costa normanda.
Pasamos la tarde en
St. Malo. En agosto de 1944, los bombardeos destruyeron
casi el 80 por ciento de los edificios de la ciudad, pero
la reconstrucción tras la guerra consiguió
devolverle su antiguo aspecto.
Sobre un promontorio
rocoso se halla Saint-Malo, rodeada de muralla y bastiones.
Se puede rodear toda la ciudad caminando sobre su muralla
y admirar desde lo alto y casi a un tiempo, la ciudad y
el mar. Merece la pena acercarse a pie (si la marea lo permite)
a île du Grand-Bé, donde se halla la tumba
de François-René de Chateaubriant, y desde
donde se admira una hermosa vista de toda la ciudad. Una
curiosidad: si la marea sube y no podéis volver a
tierra, no os preocupéis, todo está previsto.
En la islita existen unos intercomunicadores por los que
pedir ayuda y acudirán a buscaros en lancha.

Saint-Malo desde île
du Grand-Bé
De vuelta a la ciudad,
merece la pena perderse por sus calles y visitar sus numerosas
tiendas en las que adquirir un típico jersecito de
rayas marineras. Y, por supuesto, comeros otra crepe con
sidra... jeje.

Vista panorámica
de St-Malo
Si
lo deseas, puedes dejar tu mensaje en mi "Mapa de visitas"

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